En México, las edades de los futboleros se miden en la cantidad de Copas del Mundo que se han vivido. En esas justas inolvidables, varias generaciones de mexicanos han aprendido a sonreír, llorar, sufrir y gozar con días de diferencia. Un aprendizaje de vida que cada cuatro años domina todos los sentidos.
Y aunque México nunca ha estado cerca de la gloria perpetua que significa ganar la Copa del Mundo, el país puede presumir que, en este suelo bizarro lleno de historias por doquier, el fútbol se ha redefinido, desde muchos aspectos, en los dos Mundiales que ha organizado.
Con la esperanza de que el 2026 sea inolvidable, aunque sea compartiendo la sede y tener menos partidos que Estados Unidos y Canadá, México se aferra a la gloriosa memoria de 1970 y 1986, dos Copas del Mundo icónicas que nunca se habrán de olvidar.
México 1970: El reinado de Pelé
Cuando comenzó el congreso de la FIFA de 1964 en Tokio, Japón, el vicepresidente de la organización, el mexicano Guillermo Cañedo, tenía dos años tratando que el Mundial volteará a ver nuevas regiones y romper la dinámica de Europa-Sudamérica tras ocho Copas del Mundo.
Con Argentina como único competidor para ser sede de la justa de 1970 y estando en desventaja con los encargados de votar sobre la sede, Cañedo jugó una última y poderosa carta que, sin saberlo, cambiaría la historia del fútbol por completo.
Al momento de pararse a hablar por última vez frente a los mandamases del fútbol mundial, Cañedo lo hizo con una maqueta arquitectónica perfecta. “Señores, les presento al Estadio Azteca”, dijo y destapó ese sueño a pequeña escala de un proyecto que comenzaba a visualizarse en la calzada Tlalpan de la Ciudad de México.
Cañedo recordaría el asombro de todos y cómo ganó la votación ante la delegación argentina, seis años más tarde, mientras intentaba contener el llanto antes del partido inaugural de México 1970 entre la selección local y la Unión Soviética, en el que más de 100,000 personas en el Estadio Azteca se quedaron con ganas de gritar un gol del Tri cuando el cotejo terminó sin goles.
Esa Copa del Mundo sería la punta de lanza del fútbol como fenómeno pasional y de gran alcance en todo el planeta. Fue la primera vez que se pudieron ver los partidos en televisión a color y se instaló en las transmisiones la cámara lenta que le daría el tinte narrativo de drama que se quedó para siempre.
También se dio inicio a la fase comercial del juego: aprovechando el auge de la televisión a color, las empresas comenzaron a anunciar sus productos, sería la primera vez que Adidas sería el patrocinado de la pelota y nacerían los icónicos álbumes coleccionables de Panini.
En el terreno de juego, el mundo viviría una epopeya griega futbolística el 17 de junio cuando Italia y Alemania se enfrentaron en una semifinal de ensueño en la que se terminó de demostrar, para quien tuviera dudas y ante los ojos de todo el planeta, que las historias que deja el fútbol son inigualables. La victoria de Italia por 4-3 frente a la Alemania de Beckbenbauer fue bautizada para la eternidad como ‘El Partido del Siglo’.
Pero sin duda, la historia de México 70 se cuenta desde Pelé, quien terminaría siendo encumbrado como uno de los mejores futbolistas de la historia. Con ganas de revancha y el hambre de gloria intacta tras perderse el Mundial de Inglaterra 1966 por una lesión, el astro brasileño lideró un equipo de época que enamoró a todo el país, empezando por Guadalajara, donde Brasil jugó sus primeros partidos, y luego a la Ciudad de México, en la grama del Azteca donde se coronó campeón del mundo por tercera vez.
"Esta fue la despedida, y la despedida como campeón del mundo. Este fue sin duda alguna el mejor”, dijo Pelé al agradecer el cariño sin condiciones del pueblo mexicano.
México 1986: El mundo a los pies de Diego Armando Maradona
A las 07:17 del 19 de septiembre de 1985, un terremoto de 8.1 puso en vilo a la Ciudad de México y al pueblo de un país que se despertó con una de la desgracias naturales más traumáticas en la historia de la nación y que a la postre redefiniría la solidaridad del mexicano aún en la desgracia.
De aquel día, en medio de la desesperación por encontrar sobrevivientes entre cientos de escombros, se recuerdan dos cosas por encima de todo: los ríos de gente que acapararon las calles para ayudar sin otra guía que el sentido humano y la tardía y poca respuesta de un Gobierno superado por los acontecimientos e incompetente al prefirir dar una imagen que lo ocurrido no había sido tan grave, en lugar de aceptar la ayuda de otros países.
Por eso, cuando el 31 de mayo de 1986 el entonces presidente del país, Miguel de la Madrid, se disponía a inaugurar el decimotercer Mundial en la historia ante un Estadio Azteca repleto, sus palabras poco se escucharon debido al abucheo y rechifla de la gente que expresó su enojo y dolor por lo ocurrido unos meses antes. A diferencia de lo ocurrido en 1970, la gente pudo celebrar ese día un gol del Tri en el empate mexicano ante Bulgaria.
Tal vez como nunca antes, el Mundial serviría de expresión política. Ningún mensaje calaría tanto como lo ocurrido con la Selección Argentina de Maradona y Bilardo que, aunque ante la prensa dirían que lo ocurrido en la Guerra de las Malvinas contra Inglaterra era cosa aparte, años más tarde aceptarían que había un orgullo nacionalista que los impulsaba a darle una alegría su gente.
Ese contexto, doloroso y épico, construiría una imagen de gloria nacional alrededor de Diego Armando Maradona. El nacido en Villa Fiorito ya era el mejor del mundo al arribar a México pero tenía una deuda que saldar tras una actuación pobre y deslucida en España 1982. No obstante, Diego, que nunca escapó del vínculo entre fútbol y política, sabía que estaba en sus pies la posibilidad de aliviar un poco el dolor de un crudo conflicto que afecto a millones de argentinos para siempre.
“Estos nos mataron a los nuestros”, fue lo que Diego gritó a sus compañeros el 22 de junio de 1986 antes de salir a la cancha del Estadio Azteca para enfrentar a Inglaterra en los cuartos de final de la justa. Con los ojos enardecidos, Maradona escribió una de las historias más emblemáticas en las Copas del Mundo con dos goles nacidos desde su ingenio criollo: uno con la mano y otro glorioso driblando a todo inglés que se le cruzó por el camino desde media cancha.
Ese día, cuando terminó el partido con victoria albiceleste y todavía con dos cotejos más por jugar para coronarse, Maradona ya estaba a la altura de San Martín como emblema patrio en la Argentina y como un semidios en todo el mundo. El simbolismo de esa victoria le dio un alivio, por increíble e irrisorio que parezca, a un pueblo dolido que sintió un poco de venganza por sus venas.
El partido ante los ingleses fue tan poderoso que han quedado detrás en la narrativa la victoria contundente en semifinales ante Bélgica y el duro partido que Argentina pudo superar en la final ante la siempre complicada Alemania. Este hecho quedó reflejado en una placa en las inmediaciones del Estadio Azteca donde se describe lo que Diego hizo ese día ante los ingleses y bajo un sol abrasador del mediodía mexicano.
Pelé y Maradona, Maradona y Pelé. Dos dioses del fútbol que dejaron el plano terrenal en México, un país místico que promete, por muy pocos partidos que le hayan dado, una cita inolvidable en 2026 en la que se pueda seguir escribiendo las más bellas historias que la pelota le ha dado a la humanidad.