Si hay una selección mexicana que causa nostalgia en el país es la de la Copa del Mundo de Francia o al Tri a principios de la década, cautivando a propios y extraños por su entereza y su capacidad para revertir situaciones adversas. El culpable de todo, el hijo de esa criatura querida por todos, fue Manuel Lapuente.
Oriundo de Puebla, Lapuente nació en 1944, Manolo debutó como futbolista profesional a los 19 años con Rayados de Monterrey, pero sería con la Franja de la ciudad que lo vio nacer con quien viviría sus mejore momentos como jugador. Aunque no ganó ningún campeonato a nivel de clubes, sí estuvo entre quienes obtuvieron la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de 1967.
Si bien su carrera dentro de la cancha fue modesta con último paso por Atlas, donde se retiró, la vida le tenía destinada la gloria como entrenador. Pensante como futbolista y, sobre todo, con una competitividad brutal y una sed de ganar insaciable, Lapuente construyó un legado su forma de pensar y sentir el fútbol.
Vivir para ganar
Criticado por aquellos puristas que querían belleza en el juego, Lapuente defendió siempre su pragmatismo. “Si quieren espectáculo vayan al circo", dijo una vez ante la prensa con su boina bien puesta en la cabeza, sus ojos bien abiertos y su voz clara y franca. Fue esa visión con la que edificó una carrera que lo dejó en ídolo en Necaxa, Puebla y América donde consiguió recordados campeonatos.
“Uno de los mejores de la historia, sino es que el mejor. Extraordinaria persona, congruente y un maestro. El técnico que más confió en mí. Lo voy a extrañar mucho. Sólo puedo decirle gracias”, escribió en redes Ricardo Peláez, un exdelantero mexicano que fue dirigido por Lapuente durante los 90 en el Necaxa, cuando el club vivió la mejor época de su historia, y en la Selección Mexicana del Mundial Francia 98.
Pero más allá de su sapiencia y su cercanía con los futbolistas, la mejor presentación que el mismo Lapuente tomaría para hacer valer su trabajo son los 9 títulos con estos clubes. Un palmarés que tiene detrás un método y una manera de afrontar el juego, pero también la vida. Uno que educó a más de un futbolista.
La inolvidable selección de Manolo
Y aunque su influencia en la liga mexicana es indiscutible, lo que más se añora de Lapuente es su paso con la Selección Mexicana de Fútbol con la que consiguió el único título FIFA oficial que tiene el Tri en su historia cuando se ganó la Copa Confederaciones en 1997 en un Estadio Azteca al borde del delirio y con un Brasil superado.
Un año después, el equipo de Lapuente marcaría a un par de generaciones en la Copa del Mundo de Francia 98. Con una indumentaria icónico que tenía estampado el calendario Azteca en el pecho, el Tri supo sufrir y, tal vez por primera vez en su historia, le mostró el mundo ese aspecto de la idiosincrasia que habla sobre luchar y jamás rendirse. Los empates ante Bélgica y Países Bajos, siempre viniendo de atrás, cautivaron a un país que empezaba a acostumbrarse a no ser un mero participante en justas internacionales. Ironías de la vida, el partido de octavos de final en el que Alemania venció a México cerca del final, marcaría el inicio de una larga agonía de derrotas inexplicables en Copas del Mundo.
La muerte de Manuel Lapuente a los 81 años deja huérfana a la escuela Lapuentista que encumbró entrenadores y educó personas de bien. Su paso por el fútbol mexicano ha quedado de manifiesto y pide siempre estar vigente en el debate diario en el que todos se enfrascan tarde o temprano. Ese que dice que lo más importante siempre será ganar.
