La guinda ya estaba puesta, pero no es lo mismo despedirse con un título en el bolsillo que con una derrota. Y menuda derrota. El Paris Saint-Germain, que parecía divino e invencible, mostró su humanidad en el peor momento imaginable. Ante un Chelsea desprovisto de complejos, los de Luis Enrique sucumbieron por primera vez después de tres finales impolutas.
Podía ser el quinto trofeo en seis meses mágicos que vieron la transformación del Paris Saint-Germain en el mejor equipo del planeta. En un martillo que golpea a sus rivales con virulencia y compás, que se agrupa, arranca y divide para vencer con una velocidad vertiginosa. Cualidades que se desvanecieron cuando Cole Palmer agarró el balón y con su frialdad, que va más allá del personaje, ejecutó dos veces en ocho minutos. Y para rematar la faena, Joao Pedro reapareció con las chanclas aún en la mano para meter el tercero.