De las escasas alegrías rimbombantes que la Selección Mexicana de Fútbol le ha dado al país, dos se han originado desde los pies y astucia de adolescentes desconocidos en general para la población. Dos campeonatos mundiales sub-17 son, junto a la medalla de Oro Olímpica en Londres 2012, el mayor orgullo futbolístico de este país.
Porque si bien México ha ganado un sinfín de Copas Oro —que ya no mueven el impulso multitudinario- y una Copa Confederaciones —que se jugó en casa frente a selecciones con cuadros alternativos—, las dos Copas del Mundo obtenidas en sub-17 no solo le dieron un júbilo pocas veces visto a la afición nacional, sino que avivaron la idea de que el futuro siempre será de los jóvenes. Esta tarde, sin los reflectores de antaño, dicha categoría ha vuelto a darle un motivo de alegría a la gente.
Contra todo pronóstico
En cada Copa del Mundo sub-17, México despierta un aire de favoritismo y, desde 2005, cuando una generación irrepetible irrumpió el ánimo nacional para ganar el torneo en Perú, el país está atento a lo que el combinado de dicha categoría hace en la justa. Este año, previo al inicio de la competencia en Catar, volvió a pasar lo mismo.
No obstante, a diferencia de lo ocurrido en Lima o en 2011, cuando México fue anfitrión del torneo y desplegó un fútbol vistoso y aguerrido que dejó momentos para la posteridad del aficionado futbolero del país, esta vez los ánimos cayeron casi de inmediato luego de que el Tri cayera den dos de sus tres partidos de grupo, teniendo que ser uno de los mejores terceros de cada sector para clasificarse a los 16vos. de final.
Como si fuera poco ese contexto carente de sentido competitivo, el saber que el rival a vencer sería Argentina, un equipo que clasificado primero luego ganar sus tres partidos en su grupo, terminó por ahogar la esperanza nacional de volver a repetir lo ocurrido en el pasado reciente y, de paso, acrecentar la terrible sensación de siempre ser eliminado por el mismo rival
Derrumbar fantasmas del pasado
Al igual que las generaciones pasadas, el combinado sub-17 mexicano entendió este viernes que había que romper barreras y que, con dos copas en la espalda, también se tenía que estar a las alturas de las circunstancias. Una misión que empezó cuesta arriba con un gol en contra en los primeros minutos del partido, pero que no claudicó a pesar de terminar el primer tiempo con un 0-1 en contra.
No faltará mucho para saber lo que el entrenador Ricardo Cariño les dijo a sus dirigidos en el medio tiempo y terminar de entender la actitud valerosa con la que México salió a jugar la segunda parte. Esa valentía provocó dos goles antes de los primeros 15 minutos anotados por Luis Gamboa, oriundo de la afamada cantera del Atlas, con los que provocó una emoción multitudinaria en el país.
Pero, sin duda, los reflectores de la noche se los lleva Santiago López. El arquero del Toluca, que pide pista para defender el arco de Primera de los Diablos Rojos, tuvo una tarde de altibajos emocionales que no habrá de olvidar en su vida. Un error suyo provocó el empate de Argentina casi al final del partido y luego se sobrepuso al atajar el primer disparo en la tanda de penales, para terminar anotando el quinto en una ronda perfecta para México.
La victoria, celebrada en las pequeñas gradas en la cancha, levantó el ánimo nacional con una victoria que, aunque sea por un instante, tumba dos fantasmas que han atormentado históricamente al fútbol mexicano: Argentina y los penales. En la siguiente ronda estará Portugal y también toda la atención de un país que tiene claro que en esta categoría hay motivos de sobra para ilusionarse.
